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jueves, 15 de septiembre de 2011

Antiguas historias de un nuevo tiempo



Desde que se marco el inicio de la ultima era solo existíamos tu y yo. No había ni principio ni fin. No existía nada parecido a un limite. Solo éramos tu y yo. Lo que nos rodeaba nos unía, pero seguía perteneciendo a una parte de nosotros.

Convivimos en armonía en un lugar cuyo nombre no existía, simplemente era. Ahí solo convivíamos, no podíamos hacer nada más, estábamos y eso lo era todo. Y descubrimos mas de lo que éramos.

Logramos ponerle una imagen y una fuerza a todo lo que nos rodeaba. Lo nombramos y así pensamos que lo diferenciábamos, pero nunca fue así.

Aquí fue donde las imágenes se convirtieron en palabras y algunas de ellas se volvieron conceptos. Pensamos que todo estaría bajo un orden individual o personal, pero nunca fue así.

Con las palabras creamos sonidos, surgieron las voces. Pensamos que por este medio podríamos hacernos entender mas claramente, pero nunca fue así.

Con las voces iniciamos un sistema de comunicación que nos llevo a pensar que la falta de claridad y entendimiento entre los miles de seres que poblamos el planeta solo generaba confusión, distracción, conflicto, miedo y angustia, pero nunca fue así.

Pensamos que todo lo que habíamos hecho nos traería paz y tranquilidad. Pero siempre lo pensamos, nunca lo sentimos. Hasta ahora.

Habíamos pensado siempre que juzgar nuestras acciones les permitiría consolidar esa magia que buscábamos expresar, pero en ambos casos fue algo sutil, nunca se concreto. Hasta ahora.

Desde las diferentes facetas de esta unión ya hemos vivido, pensado y sentido las opciones que tiene este vínculo de trascender y convertirse en algo mas grande. No dudamos que así sea por que ese fue el fin con el que inicio nuestro ancestral camino. Pero ya no somos los mismos de antes. Ni tu ni yo.

Es por eso que el futuro –que es hoy- nos lleva a crecer en este vínculo. La re-unión era inevitable y el vínculo no se podrá romper. Juntos vamos a crecer.

Hace ya varios años, momentos, instantes que todo lo que existía era luz. Todo brillaba, incluso tu y yo. Existía un balance, un equilibrio que nos permitía una gran armonía entre nosotros y todo lo que implicaba nuestro entorno.

Aquello a lo que después llamáramos naturaleza era en ese momento un reflejo de nosotros mismos, era una extensión de nuestro ser. Era una creación nuestra, como también lo éramos nosotros de ella.

Sus distintos ciclos de muerte, renacimiento, crecimiento, madurez y trascendencia marcaban pautas que se correlacionaban con una serie de reflexiones y cuestionamientos sobre nuestro ser. Dando origen a la memoria lógica de ese momento.

Aquello que veíamos, era un reflejo y muchas cosas más. Éramos nosotros mismos en una unión que no requería ser expresada de ninguna manera, simplemente existía.

Todas las reflexiones, cambios, renacimientos y descubrimientos que vivíamos eran también experimentados por la naturaleza. Todo mostraba signos de armonía. Era la infancia del momento lo que nos invita a descubrir y a descubrirnos.

Fueron momentos de mucha inocencia, entrega y amor; sentando así las bases de lo que experimentaríamos mas adelante.

Sembrábamos semillas de luz, amor, alegría y gozo. Sabíamos que debíamos cuidarlas, pero nuestra unión no solo se enfocaría a eso, pues estas semillas poseen también su conciencia y energía de trascendencia.

No sabíamos, ni importaba, cuando las cosecharíamos ellas nos lo indicarían en el momento adecuado. No teníamos que esperarlas, ya llegarían y es ahora cuando las empezamos a ver y a disfrutar, aunque siempre estuvieron presentes.

No podemos asegurar que fue lo primero que sembramos en nuestra memoria cósmica planetaria, por que con nuestro diario convivir nos encargamos de usar y expresar esas herramientas que ahora nos son útiles, Lo importante es que las implantamos tan profundamente que hubo un momento que pensamos que no existían. Pero nunca fue así. Simplemente su efecto y respectivo uso se hicieron mas sutiles.

En ese momento de luz tu y yo brillábamos, resplandecíamos y conforme fuimos expresándonos tal y como éramos, buscábamos ver que había tras esa luz.

Conforme íbamos cambiando, fuimos penetrando cada vez más en esa luz. Tanto en la tuya como en la mía, de esta manera tuvimos la oportunidad de conocernos y vivenciarnos con todo aquello que existía en el interior de cada uno de nosotros.

Iniciamos el recorrido, tu hacía mi y yo hacía ti.

Contemplaste mi luz, mi divinidad y todo lo que me componía y fue tal tu asombro y admiración que tu amor por mi lo convertiste en respeto y admiración, en algo que no tenía nombre. Yo hice lo mismo contigo.

Fue entonces que el camino y recorrido se invertían. Tu regresabas a ti y yo regresaba a mi.

Hasta ese momento seguíamos viéndonos como iguales y hubo un momento de mucha alegría, placer, gozo y principalmente amor; todo esto cuando volvimos a ver que ese gran ser de luz y amor que teníamos de frente.

Lanzándonos amor y luz nos fuimos a realizar el viaje interno. Nos tocaba vernos a nosotros mismos, hacer una introspección.

Entraste en ti con mi imagen en lo alto esperando encontrar todo lo que habías visto en mi. Empezaste a notar diferencias.

Aquello que antes amabas profundamente ahora lo cuestionabas. Aquello que admirabas ahora lo juzgabas. Donde había luz tu solo veías sombras formadas por la luz que traías de mi ser.

Pensaste que esas diferencias nos separaban. Cargabas con tanta luz que pensaste que en tu interior solo había oscuridad. Te sentiste mal por eso, te apenaste, te reprochaste y bajaste la mirada. Pero aún así seguiste adelante con tu vivencia. Por todo lo que pasaste, viste y viviste también pase yo y al igual que tu me sentí solo.

Habíamos pasado por la juventud en aquel momento en que tanto tu como yo sentimos que aquello que era nuestro reflejo, nuestro entorno y nosotros mismos lo habíamos perdido para siempre. A pesar que mi luz me hablaba diciendo que estabas conmigo y de que tu luz te decía lo mismo, ninguno de los dos quisimos escuchar. Pero tampoco nos quisimos detener, a pesar de sentir desamparo, soledad y miedo decidimos vivir lo que después nos tocaría experimentar. La esperanza seguía en nosotros.

Continuamos avanzando con la cabeza agachada dispuestos a continuar el camino de regreso a lo que en verdad éramos. No habíamos dejado de serlo, simplemente lo olvidamos por un momento. Ahora la memoria estaba por ser recobrada.

Mientras salíamos, levantamos la mirada por un momento y vimos la esperanza dibujada en el camino. Pensamos que, quizás, nos equivocábamos y volvimos a bajar la vista.

No lo notamos en un principio, pero veíamos que en aquellos lugares donde antes se veía la oscuridad, donde antes se veían sombras ahora resplandecía la luz. Levantamos la mirada y la esperanzaba nos envolvía mientras trazaba nuestro camino. La esperanza y la luz lo eran todo.

Fue en ese instante que pudiste ver quien eras en realidad. Un ser de luz que portaba ese lucero en su mano. Entendiste que esa luz que portabas te pertenecía y decidiste colocarla en tu interior. Si en tu exterior te sentías un ser de luz, en tu interior también deberías sentirte y fue en ese momento que lo lograste, brillabas completamente, como un ser de luz.

En tu exterior, con anterioridad, te percibiste como un ser de luz, ahora tu proceso daba un nuevo inicio al ser dentro de ti un ser de luz. Te sentiste pleno, completo y fue entonces que descubriste que también te sentías contenta y dichosa. Te descubriste en una dualidad sin género donde el sentimiento y la razón se unen en el corazón.

Tu y tu camino se volvieron uno mismo, la luz estaba dentro y fuera de ti. Todo estaba iluminado. Ya no veías la esperanza por que ella eras tu. No podías ser otra cosa.

Lo que viviste tu también lo viví yo. Solo así podíamos experimentarnos por completo tanto en la luz como en la oscuridad. En la iluminación y en la sombra. Fue entonces que volvía a ser uno con mi exterior y la luz, la fe y la esperanza y el amor vivían en nosotros. No podía ser de otra manera.

Por un momento volteaste hacia atrás y viste que habías hecho y quien habías sido. Suspiraste de una manera dolida y nostálgica y volviste a tu camino de regreso a ti y a mi.

Te espere lo que duro tu suspiro y no bastaron las palabras pues todo lo supimos al sentirnos. Supiste que siempre había estado en tu camino, que no había existido la soledad ni el abandono. Supiste que siempre habíamos estado juntos. Yo también sentí, en ese momento, todo lo anterior.

Supimos que nuestra unión era la energía divina con la que nos habíamos creado, la misma que siempre nos acompaño. Aquella energía a la que tu llamaste Dios pensando en mi. Aquella energía que yo llame Diosa pensando en ti. Ambas energías, pensamos que, estaban separadas. Pero nunca fue así.

Decidimos entonces compartir esa sensación con cada instante que vivimos en  nuestro viaje y supimos como sembrar durante ese recorrido, semillas que ahora germinaban y las sentíamos florecer. Era tiempo de empezar a cosechar.

Ahora todas las plantas de luz que nos componían estaban al mismo nivel, solo necesitábamos despertarles su chispa divina.

Fue entonces que lo que habíamos llamado humanidad, a esa raza de una luz arcoiris comienza a realizar su propio viaje donde descubría su chispa divina.

Nosotros, que también éramos ellos, optamos por acompañarlos y descubrir una nueva luz. A este momento se le llamo despertar, cambio de conciencia, era de Acuario, era de Luz, Sexto Sol, New Age, Nuevo Tiempo, fin de ciclo y de muchas otras maneras.

Pero no fue mas que la explicación de cómo una era de luz se transformo en otra era de luz pasando por sombras y oscuridad.

¿Qué fue lo que paso en ese lapso? Fue aquí donde surgieron.

“Las Antiguas Historias de un Nuevo Tiempo”